Este es un fragmento del libro “Herzog por Herzog” en el que se recopilan una serie de entrevistas entre el cineasta Werner Herzog y Paul Cronin, editadas y recopiladas por Cronin y publicadas en el año 2002.
Comenta Werner Herzog en el prólogo del libro:
Ante la sombría alternativa de ver un libro sobre mí compilado a partir de entrevistas polvorientas plagadas de escandalosas distorsiones y mentiras o colaborar… elijo, de las dos opciones, la infinitamente peor: colaborar.
Werner Herzog, Los Ángeles, Febrero de 2002.
¿Algunas de sus películas podrían ser calificadas de etnográficas o antropológicas en algún sentido?
Mis películas son tan antropológicas como la música de Gesualdo y las imágenes de Caspar David Friedrich. Son antropológicas sólo en tanto intentan explorar la condición humana en esta época en particular en este planeta. En mis películas no utilizo solamente imágenes de árboles y nubes, trabajo con seres humanos porque me interesa cómo funcionan en diferentes grupos con diferentes intereses culturales. Si eso me convierte en antropólogo, entonces lo soy. Pero nunca pienso en términos estrictamente etnográficos: por ejemplo viajar a una isla remota con el propósito explícito de estudiar a los nativos. Mi meta siempre ha sido descubrir algo más sobre el hombre, y el cine es mi medio. Por su naturaleza misma, el cine tiene menos que ver con la realidad que con nuestros sueños colectivos. Es una crónica de nuestro estado mental. Su propósito es registrar y guiara tal como hacían los cronistas en siglos pasados.
Pero comprendo hacia dónde apunta su pregunta. Una película como Woodabe, los pastores del sol no puede considerarse etnográfica porque algunas partes son tan estilizadas que transportan a los espectadores al ámbito de lo extático. No hay voz en off y el breve texto del comienzo se limita a mencionar los hechos más concretos sobre esa gente: que son una tribu cuyos orígenes se remontan a la Edad de Piedra y que todos los pueblos vecinos los desprecian. Eliminé adrede todo aquello que pudiera considerarse antropológico. En la escena inicial de la película los hombres de la tribu ponen los ojos en blanco, exhiben la blancura de sus dientes y ponen cara de éxtasis. La banda de sonido para estas imágenes es el Ave María de Gounod en una grabación de 1901 cantada por el último castrato del Vaticano. Y la última toma es un puente sobre el río Níger en Niamey, la capital de Níger. Por casualidad vi a los dromedarios cruzando el puente con su guía entre todos esos autos. Para mí es una escena realmente dotada de belleza y profundidad, similar a la última toma de Peregrinación cuando las mujeres cruzan a pie el río congelado. Un cineasta etnográfico jamás se atrevería a hacer este tipo de cosas, pero yo, como director de cine, las hago. No niego que se puedan aprender muchas «cosas concretas» sobre los Woodabe viendo la película, pero puedo asegurarle que esa no fue mi intención primordial. El uso del aria deja en claro que la película no es un «documental» sobre una tribu africana en particular, sino una historia sobre la belleza y el deseo. Aunque ver a esos hombres parados en puntas de pie pueda ser un espectáculo bizarro para usted y para mí —viniendo como venimos de tradiciones culturales diferentes—, la música contribuye a sacarnos de ese ámbito al que denomino «la verdad de los burócratas». Sin música, las imágenes de ese bizarro y sorprendente concurso de belleza masculino no nos conmoverían tan profundamente.